Comúnmente se dice que para comprender si un artista tiene talento o no hay que ver su directo. No siempre es así: algunos artistas vuelcan todo su talento en las grabaciones, de manera que todo lo que necesitas entender de ellos está en los discos. Bruno Mars se mueve entre ambos mundos: no es el vocalista más fascinante de todos los tiempos -sí es espectacular- ni el “showman” más magnético, pero su producto es excelente. Lo que no es es original y eso se nota, tanto en disco como en directo.
Su último disco lo demuestra: Bruno Mars no está aquí para hacerte creer que lo que hace es nuevo. El enfoque está en crear una disyunción temporal entre lo que escuchas y el cuándo. Mars es un reproductor de estilos pasados. Abre su concierto en el Palau Sant Jordi de Barcelona el “new jack swing” de ‘Finesse’ y es como si el reloj retrocediera 25 años de repente y… ¿te suenan unas tales TLC? Parece que están pegando fuerte. ¿Revelación o timo?
El problema de Mars está en la forma, más que en el fondo. Conste que Mars es un talento brutal: como vocalista no hay quien le tosa ahora mismo y lo que hizo anoche en el Palau -sobre todo con algunas baladas- fue de otra galaxia. Como bailarín tampoco tiene rival. Mars tiene arte para dar y regalar, pero cuando su concierto parece por momentos más una gala Navideña de Telecinco de 1996 que un concierto pop de 2017, algo falla. ¡Si hasta las cortinillas musicales parecían sacadas de ‘Seinfeld’!
Comencemos por el comienzo: Mars no viaja con un espectáculo ostentoso precisamente. Comparado con el de iconos contemporáneos como Beyoncé o incluso Justin Bieber, el escenario de Mars es tremendamente austero. Él es el “show”, pero su “show” es como su disco, una especie de ‘Tu cara me suena’ de Hollywood en el que Mars se disfraza de James Brown, Luther Vandross o en el que él y sus bailarines se mimetizan hasta convertirse en Boyz II Men según la canción que toque. “This song is for the ladies!”.
El problema es que las “imitaciones” de Mars tampoco dan lugar a actuaciones de gran calado. Mars lo suda absolutamente todo cantando ‘Versace On the Floor’, se escurre deliciosamente cual serpiente de cascabel haciendo de James Brown en ‘Perm’, sacude la pelvis en ‘24K Magic’ y ‘Uptown Funk’ con verdadera sensualidad, pero la sensación general que deja su directo es que es comedido y para todos los públicos: hay conciertos que cambian la vida y este no es uno de ellos.
Por otro lado, al repertorio de Mars podría achacársele demasiado peso de las baladas hacia la mitad, aunque ni siquiera los momentos animados tipo ‘24K Magic’, ‘Treasure’ o ‘Chunky’ nos dejan ver más allá de un gran artista que, sin embargo, actúa únicamente como mero transmisor de talentos mejores. Al final, el concierto de Mars parece un filtro de Instagram “vintage” más que un espectáculo auténticamente “retro”: le vale a todo el mundo. Y así lo petas en el momento, pero no pasas a la historia.